Más allá de los Pirineos

SERGIO RAMÍREZ

ESCRITOR

Otra vez, al norte de los Pirineos la civilización que representa el riguroso orden financiero, sudor y ahorro, y al sur, la pintoresca barbarie del que gasta lo que no tiene y se endeuda irresponsablemente, según las admoniciones perentorias de la señora Merkel desde su púlpito luterano.

Los Pirineos son un símbolo cultural elaborado a través de los siglos. Bien podríamos decir también los Alpes o los Apeninos. Estamos hablando de una barrera cultural que encarna en toda su majestad una cadena de altas montañas nevadas, con pasos difíciles de sortear. Europa terminaba de aquel lado de esas montañas y, al otro, empezaban, en el imaginario cultural, las ardientes arenas de África, hasta donde alcanzaba la vista. Lo que el ojo de George Sand encuentra en Mallorca cuando llega en compañía de Chopin en 1838, es la ignorante vida primitiva que no puede dejar de despreciar, superstición, pésima higiene y malos hábitos.

Los Pirineos, como arquetipo, dividen territorios encontrados y enfrentados. Lo racional contra lo exótico, el orden contra la improvisación. La ley severa contra la anarquía de costumbres. La disciplina del trabajo contra la fiesta eterna. La sobriedad contra los excesos. El orden puritano contra el desorden pagano. El fracaso de la modernidad.

En ese parte, aguas de discriminación cultural, América Latina ha estado colocada también de este lado de esos Pirineos caprichosos. Para los tiempos en que Hollywood, y más propiamente Walt Disney, fabricó nuestra imagen de buen vecino pobre, pero pintoresco, éramos el haragán que duerme recostado en un nopal (verdadera hazaña dormir recostado en un espinoso nopal), el sombrero echado sobre los ojos y envuelto en un zarape a pesar del calor que incendia el paisaje de dibujos animados, por el que corren sus aventuras los Tres Caballeros, el Pato Donald al lado de Pepe Carioca y Pancho Pistolas, en estrecha confraternidad.

En la segunda mitad del siglo diecinueve, Estados Unidos extendía su cultura de peregrinos del Mayflower, cuáqueros y calvinistas, predestinados a dominar las tierras salvajes, y sometían el Far West que aún destella en las películas de vaqueros, toda una conquista civilizatoria en la que los indios aborígenes debían desaparecer o ser reducidos. A partir de entonces, la violencia como costumbre, o sistema de vida, queda sólo para los escenarios cinematográficos, donde caen abatidos una y otra vez los bandidos de cicatriz en la mejilla, mientras los...

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