Amapolas y mortadellas

LUIS RAFAEL RIVERA

PROFESOR DE DERECHO

Pero Abdul, que perdió su pierna derecha al pisar una mina, no sabe que en Hato Rey, otra víctima de la misma guerra se mueve en una silla de ruedas. Ramiro, un veterano cuyas piernas destrozó un obús cuando colocaba una mina, desafía el candente sol en un semáforo frente al Cuartel General para agenciarse unas pesetas.

A Marian, una colega que suele ir de semáforo en semáforo repartiendo bocadillos de mortadella, le costó creer lo que veía. Acostumbrada a mirar estas tragedias con el ojo compasivo de la inocencia, tuvo que espabilarla el libro de Alfred McCoy: "The Politics of Heroin: CIA Complicity in the Global Drug Trade".

Según el profesor McCoy, es mentira que en Afganistán se libre una batalla para acabar con la maldita droga. Los burros que transportan toneladas de opio, como el que extrae Abdul, no tienen obstáculos para viajar por caminos polvorientos hasta alcanzar la ruta hacia Turquía.

Allí los padrinos de la mafia lo llevan a Italia, donde "una fábrica de embutidos" lo transforma en heroína para que pueda viajar de polizón en el vientre de las mortadellas. Claro está, en nuestras permeables fronteras, no habrá perro capaz de olfatear el polvo mágico acunado en ahuecados fiambres.

Recientemente lo confirmó un agente federal. Desengañado ante la corrupción rampante y la poca efectividad de la Policía, admitió que se utiliza dinero de la droga para pagar a los aliados que limpian las rutas de transporte. A Marian, aún le cuesta creerlo. Un almacén de provisiones estratégicamente ubicado recibe el furgón repleto de ingenuas mortadellas para que un capo mayorista, sin aspecto de gánster, supervise el descargue.

Asegura la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen que los campesinos, como Abdul, reciben menos del 1% de los beneficios del tráfico de opio. El...

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