Mi amigo Héctor Martínez

ÁNGEL DARÍO CARRERO

ESCRITOR

Me serviré de un relato antiquísimo que se acerca crudamente al lado sombrío del ser humano y también al aporte específico que puede brindar el amigo verdadero. Intentaré resumirlo en tres actos apretados. Suba, pues, el telón.

En el primer acto vemos al rey David paseándose por la terraza. Desde lo alto, divisa a una mujer hermosa que se baña gustosamente en el río. De inmediato, pide que le averigüen quién es aquella mujer que lo tiene embelesado. Le dicen que se llama Betsabé y que es esposa de uno de sus soldados, Urías. La manda a buscar y, sin mediar protocolo alguno, se acuesta con ella. Al tiempo, la mujer le deja saber al rey que llevaba un hijo suyo en el vientre.

En el segundo acto, David manda a llamar a Urías. Al verlo llegar pregunta por la marcha de la guerra. Terminado el diálogo, Urías se retira. El rey le ordena que no regrese al campo de batalla, que se vaya mejor a su casa a descansar con su mujer. Pero Urías se recuesta a la entrada de la casa real junto a los miembros de la guardia de seguridad; por ley no podía permitirse, estando en servicio activo, el lujo de buena comida, bebida o intercambio sexual con su mujer. David se entera y lo invita a pasar otra noche allí, obligándolo a comer y a tomar hasta emborracharse. Para entonces, ya sabía que la estrategia de que el hijo pudiese ser atribuido a Urías no iba a funcionar. A la mañana siguiente, David escribe una carta a Joab, el responsable de los soldados. David tiene la desfachatez de utilizar al mismo Urías como corresponsal. La carta llega a su destino y lee así: "Joab, ubica a Urías en primera línea, allí donde la lucha sea más reñida; y retírense de sus espaldas para que sea herido y muera". Joab no cuestiona las órdenes de David. Ni siquiera pestañea frente a la víctima. La noticia de la muerte de Urías resulta tan grata a los oídos del rey que minimiza el resultado nefasto de la batalla. David, devotísimo ahora, espera a que trascurra el tiempo del luto para llevarse a...

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