El angustiado éxodo hacia Sabana Grande

SABANA GRANDE.- Unas horas después del terremoto que sacudió a Puerto Rico en las primeras horas del martes, el sacerdote Marcelino Arocho comenzó a escuchar un inusual rumor frente a su vivienda en la parroquia San Isidro Labrador, en la plaza pública de este municipio.Cuando al amanecer se hubo disipado la oscuridad total en la que el terremoto había dejado a la isla, y antes de que un segundo sismo esa misma mañana volviera a sacudir los cimientos de Puerto Rico, el sacerdote descubrió de qué se trataba el murmullo que le había llamado la atención después de que él hubiese pasado su propio susto del temblor."Era gente que había venido de otros pueblos huyéndole al temblor", dijo.Habían llegado desde Yauco, Guánica, Peñuelas y barrios del mismo Sabana Grande. Eran los protagonistas de un éxodo repentino, atropellado y angustiado, que se desató de manera febril en medio de una oscura y lúgubre noche en que la tierra había estado temblando y emitiendo rugidos que helaban el corazón, a causa del sismo más fuerte que ha vivido Puerto Rico en 102 años.Vinieron a Sabana Grande porque encontraron que los refugios de sus pueblos estaban demasiado hacinados y caóticos y, además, muy cerca del epicentro del terremoto, que fue al sur de Guánica.Traían mantas, perros, alguna ropa y mucho miedo. Habían dejado atrás casas agrietadas, paredes rajadas, hogares, medicinas y memorias.Había familias completas, madres solteras, niños, obreros y ancianos, tres mujeres encamadas, una septuagenaria recién operada de cáncer y varios discapacitados físicos.Llegó, con sus padres, su esposo y su hijo de 14 años, Leslie Rivera, desde el barrio Magueyes de Guánica, quien dijo que a su casa "no le ha pasado nada, pero está por pasarle", porque el terremoto trajo de los montes que rodean su casa dos enormes piedras que rodaron justo hasta su patio, tras haber destruido a su paso el taller de ebanistería de su vecino.Llegó, también desde Guánica, pero en su caso desde el residencial Luis Muñoz Rivera, que queda junto a la escuela Agripina Seda, que se deshizo en escombros durante el terremoto, Milsa Feliciano, de 76 años, recién operada de cáncer en la matriz, quien se refirió al sismo de 6.4 de intensidad como "ese animal".Junto a Milsa llegó su hija, Milsa Jusino, quien es diabética, tiene úlceras en los tobillos y en las rodillas, y hasta que ayer se le hizo llegar una cama, pasó dos días recostada de lado en un ardiente banco de cemento de la plaza, porque los...

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