¿Y lOs ApLaUsOs?

Por El Infiltrado

Recuerdo mi primer viaje en avión y esa emoción que sentí cuando me pusieron un prendedor en forma de avión en la camiseta. Mis padres me llevaban a Disney World con la certeza de que confirmar que Mickey Mouse existía me daría la esperanza suficiente para creer que todo en la vida es posible. Después de todo si un ratón podía parecerle cómico y tierno a buena parte del mundo, yo podría soñar con ser cualquier cosa que quisiera ser.

De ese viaje recuerdo también que desapareció una de nuestras maletas y cuando la devolvieron de la línea aérea encontramos todo intacto excepto un par de libras de café que mi mamá había llevado, porque si ella siempre tuvo algo claro fue saber que hacer maletas es saber reconocer lo que es esencial y el café siempre ha estado número uno en la lista.

De ahí recuerdo también nuestro regreso épico, triunfal, con gorro de Disney en la cabeza y aplausos sonoros de los viajeros. Aplaudí orgulloso, emocionado.

Con los años seguí viajando y poco a poco fueron menos los aplausos. La gente quería pintarse como viajero frecuente, como gente de mundo, que no se sorprende porque un avión pesado vuele y además sea capaz de tocar el piso. A mi me sigue pareciendo un pequeño milagro. Y sigo aplaudiendo, aunque me pinten de ridículo o jíbaro, que ni lo uno ni lo otro me parece malo.

Entonces, hace poco...

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