Lo que se aprende al enseñar

CARMEN DOLORES HERNÁNDEZ

Especial para El Nuevo Día

ay personas que nacen con un destino claro en la vida. Las más afortunadas lo reconocen desde temprano, lo siguen y lo actualizan, convirtiéndolo en el móvil de su existencia. Por lo general son personas realizadas, plenas, cuyo impacto sobre la sociedad tiene el efecto de aumentar el nivel general de alegría y bienestar.

Así es Ana Helvia Quintero. El hogar donde nació, sus propias inclinaciones, los derroteros de sus estudios: todo se dirigió a afianzar en ella la vocación de educadora que le ha dado sentido a su vida. No se trata sólo de que haya enseñado, a varios niveles, a la juventud. Tampoco de que siga ejerciendo su cátedra de matemáticas en la Universidad de Puerto Rico. Se trata, más que nada, de que ha enseñado a enseñar, de que ha asumido la tarea de investigar la manera en que los niños aprenden, de que ha pensado largamente sobre la pedagogía según se practica en el país y de que se ha dedicado a facilitar y mejorar esos procesos mediante libros, programas, escritos y conferencias. Se trata de que, en todos sus proyectos, Ana Helvia se ha comprometido con el futuro de la educación en el país, el renglón más importante en cualquier sociedad.

Hija de un educador reconocido, el doctor Ángel Quintero Alfaro, uno de los secretarios de Instrucción Pública más innovadores que ha tenido el país, Ana Helvia aprendió no sólo de las palabras de su padre, sino -sobre todo- de su manera de ser y de actuar. "Él nunca nos enseñó formalmente", recuerda la mayor de tres hermanos, todos los cuales han sido, a su vez, educadores. Ángel e Ileana Quintero enseñan, respectivamente, sociología y pedagogía en la Universidad de Puerto Rico. "Pero nos educaba y nos respaldaba en todo lo que hacíamos. Tenía la práctica, por ejemplo, de llevarnos por los pueblos de la Isla los fines de semana. Así mis hermanos y yo conocimos el país".

Otra práctica familiar de don Ángel que resultaba muy pedagógica era permitir -alentar, más bien- que sus hijos participaran de la conversación cuando recibía gente en su casa, lo cual era frecuente, dice Ana Helvia, "porque además mami era una excelente anfitriona".

Desde pequeña Ana Helvia fue maestra. A los doce años organizó, con sus hermanos, sus amigos y sus vecinos, una escuelita. A todos los sentaba y a todos les daba clases con una seriedad que mantenía quietos y arrobados a sus flamantes "discípulos". No habrá sido ella, quizás, la única niña en hacerlo, pero no...

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