Cuando el arte rompe barreras

Por Camile Roldán Soto

end.croldan@elnuevodia.com

Su madre, Saira Vázquez, pensó que estaba perdiendo la audición y lo llevó a un especialista, luego a un pediatra, luego a una patóloga del habla, después a una neuróloga y finalmente, tras casi dos años de confusión tocando puertas de oficinas médicas, recibió la noticia: Erick no estaba sordo; es autista.

Su diagnóstico exacto es trastorno pervasivo del desarrollo, conocido también como autismo atípico. Se caracteriza por presentar algunas conductas atípicas, pero no las suficientes como para diagnosticar autismo. Usualmente los síntomas se presentan a eso de los tres años de edad. En el caso de Erick, la dificultad mayor está en el área del lenguaje y la socialización.

La madre de Erick siguió al pie de la letra las recomendaciones. Debía asistir regularmente a terapias del habla, ocupacional y psicológica, además de asistir a una escuela donde pudieran ofrecerle atención adecuada. Ingresó a la escuela pública Santa Teresita de Ponce dentro de un grupo de educación especial. Allí lo conoció la maestra Olga Rodríguez. Durante sus clases, Erick prestaba poca atención. Prefería dibujar en su libreta elefantes, ballenas y dinosaurios.

El recuerdo del niño en el salón de clases vino de golpe un día que, leyendo el periódico, vio anunciado el campamento del Museo de Arte de Ponce. Según relatan Saira y Ana Margarita Hernández, directora de programas educativos y familiares en el museo, la educadora tomó la iniciativa de comunicarse a la institución para explorar la posibilidad de que Erick formara parte del grupo de niños que gozaría de la experiencia veraniega. Después de todo, lo suyo era dibujar.

"La maestra me explicó la condición del niño. Quería darle alguna opción", recuerda Hernández sobre aquella conversación telefónica en el verano de 2006.

De inmediato, Hernández no pudo decir que sí. Debía asegurar que si en efecto recibían al niño en el campamento tendrían los recursos para garantizarle la mejor atención. Así comenzó la cadena de comunicación. Primero conversó con la madre para conocer los detalles de la condición de Erick. Una vez clara con ese panorama, quiso conocer al niño. Lo invitó a un recorrido por las salas de arte.

"Parecía que estaba en el país de las maravillas. Señalaba las obras impresionado y se mostraba muy interesado con todo lo que veía", cuenta Hernández sin ocultar la emoción que le provocó la reacción del niño, quien entonces tenía ocho años.

El primer día de...

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