Añejo, artesanal y de aquí

end.croldan@elnuevodia.com

Rosa Ávalo Franceschi, una ingeniera química y empresaria del mundo de la construcción, y Wanda Otero Flores, microbióloga oriunda de Bayamón, son los rostros detrás del proyecto que comenzó con la experimentación en sus cocinas para trasladarse a dos queseras, una en Morovis y otra en Hatillo, que juntas producen semanalmente 400 libras de queso fresco de cinco variedades originales.

¿Cómo lo hicieron? Para empezar, no lo pensaron demasiado. Wanda llevaba 25 años de experiencia analizando la calidad de la leche que se produce en Puerto Rico, la cual describe en general como excelente. Su labor la llevó a preguntarse cómo era que en la Isla no se aprovechara un producto tan bueno para la creación de otras variedades de queso. Así es que decidió hacerlo ella misma. Pero necesitaba a una alidada.

Pensó que esa mujer podría ser su vecina Rosa, a quien había conocido mientras ambas trabajaban en la directiva de la asociación de residentes de su vecindario en Manatí. Sin proponérselo, había encontrado a la cómplice perfecta.

Rosa se crió en el seno de una familia de ganaderos. De pequeña, se levantaba tempranito para irse con su padre a la vaquería, con quien se enojaba si no la esperaba.

"Yo era loca con ir a la vaquería. Con el excedente de la leche hacíamos quesos rellenos de guayaba y mangó que volvían loco a todo el mundo", cuenta.

Los recuerdos placenteros de una niñez muy particular bastaron. Con la sola mención de la idea de Wanda la ingeniera dio un rotundo "ponle fecha".

Y entonces "se acabó la paz", pero en el buen sentido de la expresión. Las dos mujeres, madres y trabajadoras, comenzaron a hacer espacio en sus ya complicadas agendas para investigar todo lo relacionado a la confección de quesos artesanales. Como en Puerto Rico no se preparaban añejados, que era lo que ellas querían, buscaron lugares donde aprender el proceso fuera de aquí.

Uno de los primeros seminarios que tomaron fue sobre la elaboración de variedades Brie y Cabernet en Wiscosin donde subsistieron "de milagro". No estaban preparadas para el frío inclemente que las castigó y debido a una confusión, estuvieron perdidas casi 24 horas antes de llegar al lugar indicado, donde ni una sola persona tenía la más mínima idea de dónde quedaba la Isla.

También viajaron a Massachusetts para aprender a confeccionar quesos 'New England' y 'Blue', mientras continuaban catando quesos como si no existiera otro alimento en el universo.

Con el paladar bien...

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