Atribulado jefe de familia

Por Juanma Fernández-París

Especial El Nuevo Día

Esto resulta ser la mejor y la peor cualidad de un filme que sacrifica la enfermedad de su protagonista para expresar temas más profundos sobre la importancia de la familia y la naturaleza cínica del mundo de los negocios y el entretenimiento en masa.

Como resultado hay mucho que admirar del filme, pero poco que sostenga la atención y la paciencia del cinéfilo casual.

Tanto Foster, quien también se encarga de interpretar a la esposa del protagonista, como el guionista Kyle Killen, parecen estar convencidos de que el filme es una meditación de la herencia, genética e intelectualidad que le dejan los padres a sus hijos.

Y la realidad del caso es que el filme vibra con veracidad emocional cuando la historia se enfoca en la familia de Walter (Mel Gibson): su esposa (Foster), quien está dispuesta a intentar cualquier cosa para salvar o proteger a su familia, su hijo mayor (Alton Yelchin), quien vive aterrorizado de tener algo en común con su padre, o el hijo menor (Riley Thomas Stewart), quien toma al personaje titular como una forma de jugar con un padre que siempre había estado distante.

Aún así, la estructura dramática de esta historia dicta que Walter es el protagonista, y a pesar del excelente trabajo sutil de Gibson como un hombre que se rinde ante su locura, el filme se rehúsa a enfocarse en él.

El guión no ofrece...

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