Las aventuras de mi pelo rizo

Por Samadhi Yaisha

especial El Nuevo Día

Me giré a mirar quién había hecho el comentario de mi cabello rizo, oscuro y caribeño: una mujer estadounidense de pelo lacio y rubio. Me quité el gorro de invierno y le respondí "Si supieras que me lo alisé casi toda la vida". Levantó las cejas, incrédula: "¡Nooo!" Ella había anhelado una melena riza. "Siempre queremos lo que no podemos tener. ¿Por qué te lo alisabas?" La respuesta me abochornaba, pero era la verdad: "Porque en mi país todavía quedan prejuicios contra el cabello ondulado, rizo, 'kinki', duro o, como le dicen, 'malo'". Y porque, cuando las hormonas mozas comenzaron a ondear curvas en mi cadera y mi cabellera, recibí el mensaje -acomplejado, pero vehemente- de que los tirabuzones no me quedaban bien, que yo no entendía que mi pelo realmente era lacio, sólo tenía que peinarlo mejor. Pero el 'blower' lo esponjaba más. Recibí refuerzos positivos cuando aniquilé la onda bajo el azote químico de una peinilla y una crema con olor a derivado de farmacéutica perfumado.

Interesada en conocer a una extranjera en esa pequeña ciudad, aquella señora me interrogó hasta que ya no quise responderle, porque implicaba revelar una situación de economía y vivienda que me avergonzaba. Residí en un hotel económico mientras conseguía casa y trabajo. 'Yooo' -decía mi ego- que en el pasado había tenido el apartamento que quería, el carro que anhelé por años y logros profesionales, ahora parecía flotar indecisa, comenzaba desde abajo.

Regresé a mi habitación a esperar respuestas al aguacero de resumés que repartía por la ciudad cuando recibí un enlace con las noticias más impactantes del año que se había acabado. Rememoraba emocionada el día en que Ricky Martin se paró encima del miedo y abrazó su libertad: "Pero miedo a mi naturaleza, a mi verdad? No más!"

El pelo 'malo', ser pobre o ser gay. Eran tres vertientes del mismo prejuicio: un 'pecado' en la mente humana por Dios no haber enviado a una persona siendo varón o mujer heterosexual, blanco, adinerado, de pelo lacio, del país que habita, de un partido político, de constitución atractiva y de la religión correcta. Como si quien no cumpliera con esas condiciones valiera menos, le faltara algo, mereciera menos amor o aceptación o estuviera más lejos de Dios.

Cuatro años antes aún me alisaba el pelo, y lo había disfrazado en un "flip" de rayos rojos y rubios, cuando conocí a una pareja gay que se mudó frente a mi puerta en un condominio santurcino.

Confieso...

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