Azar en La Ciénaga

Por Gerardo Cordero

gcordero@elnuevodia.com

En los casinos, grupos de turistas europeos se divierten apostando y degustando dulces tragos tropicales bautizados con Brugal.

En las elegantes barras no falta el desfile de cervezas Presidente con su cristalino atuendo verde. Mientras, en las pistas, visitantes animados por el licor intentan torpemente dominar el fluir veloz que exige el ritmo del merengue.

La mayoría de los turistas permanecen allá en lo alto. Ninguna noche se acercan a la oscura cuesta citadina donde el paisaje cambia drásticamente cuando aterrizas en La Ciénaga.

Allí, apiñadas a orillas del río Ozama, tienen sus frágiles casas miles de humildes dominicanos. Allí también sobreviven miles de niños que en medio de la pobreza buscan reír, pese a todo.

Se acercaba el fin de curso.

En la cancha de La Ciénaga se instalaron dos machinas.

A la izquierda, una vieja estrella está lista para divertir a giros pequeños clientes. A la derecha, las sillas voladoras con sus mohosas cadenas danzan vacías ante la mirada fija de unos veinte pequeñines.

De improviso, llegan dos intrusos.

Sus caras de extranjeros los delatan y los pequeños no demoran en rodearlos.

Las grandes cámaras de uno de los visitantes cautivan las miradas de los chicos y después de algunas preguntas sobre los flamantes aparatos llega una petición.

"Dame algo.Dame un peso".

El mismo reclamo se repitió a coro y alejando su mano del obturador el joven buscó en su bolsillo y sacó todas sus monedas.

La euforia dominó al grupo y en segundos el pírrico capital se esfumó.

Pensé que, monedas en mano, algún niño aprovecharía para montarse en la estrella.

Sin...

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