Azucena

Yara Liceaga

Hay algo en ese "aaaaaaaaazucena" que agiliza los sentidos. La niña lo sabe. Al año imita el sonido y ya las reconoce.

A Marina de niña le pasaba igual. A Elías también.

Hay un imán detrás de su voz que invita a cantar la musiquita que le añade a la palabra. Cuando "azucena" no pasa, el aire se enrarece, cae sobre las cosas como un fantasma de la duda (¿este día existirá?). Podemos saber cuándo está triste o cuándo ha tomado su café: su voz no niega la realidad a pesar de la repetición, de la constancia. No es una máscara la entonación.

Recuerdo haberlo escuchado cuando la crisis aceitó su maquinaria y empezó la marcha -corría el 2008- su ánimo parecía pesado y se filtraba plomizo a través de la palabra cabalgando su voz.

Había tenido que aumentar el costo por tallo.

De niña no recuerdo ningún pregón, alguien que me obligara a repensar la fonética o jugar con la voz. O a conocerle por la gentileza de su gesto: brindarte los...

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