¡Bailemos!

Mario Alegre Barrios

Escribo esto no sin sorpresa el lunes por la mañana -ayer-, convencido de que no hay mejor manera de comenzar la semana que dejándose llevar por ese frenesí colectivo tan característico nuestro, cuando nada nos parece imposible, cuando sabemos más allá de toda duda que muy pronto -antes de una semana- volveremos a ser un país en todo el sentido de la palabra, un pueblo con un destino luminoso, una nación con buena parte de nuestros grandes problemas resuelta, porque Dios es bueno, porque Dios nos ama, porque somos una tierra bendecida, tanto que los huracanes ya ni se acercan.

No, no he perdido la cordura. En verdad les digo que no, es solo que he visto la luz y nadie mejor para llevar las buenas nuevas que un arrepentido recién salido de las tinieblas del pesimismo, del pesar, de la duda.

Y es que veinticuatro horas antes yo era la misma alma melancólica que muchos conocen de siempre, dominado -en lo que al País se refiere- por la incertidumbre, por la desesperanza, obnubilado por el crimen, hastiado del Gobierno, harto de la trivialidad...

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