Al boxeo no se juega

Una crónica de

Ilustración de Miguel Bayón

La cabeza me pulsaba con cada latido del corazón. Los sonidos a mi alrededor se escuchaban filtrados, como si estuviera bajo el agua.

Pero, aunque húmedo, no me encontraba zambulléndome en alguna soleada playa ni sumergido en una refrescante alberca.

Estaba bañado en sudor, intentando defenderme de las embestidas de mi rival. Los latidos cerebrales y la audición temporalmente afectada fueron causados por un volado de derecha que aterrizó en mi temple. Lo vi venir, como en cámara lenta. Pero no lo pude esquivar. A pesar de que el bombazo impactó parcialmente en mi guante izquierdo y también fue absorbido parcialmente por mi careta protectora, sentí el efecto, ese letargo que arropa tu percepción y la embriaga por un instante luego que un golpe te sacude.

Horas más tarde, mientras trabajaba en mi escritorio con las piernas entumecidas, el abdomen adolorido y la cabeza aún latiéndome, comprendí lo absurdo de mi empresa mañanera: subirme al ring para cinco asaltos de guanteo con Félix Ian Rosario, un boxeador aficionado que me superaba en juventud, corpulencia y experiencia, y a quien yo solo aventajaba en estatura y alcance.

No fue una pelea como tal, ni siquiera un guanteo legítimo, en el que los golpes son sólidos, pero no siempre a máxima potencia. Aun así, sin embargo, estuve en el cuadrilátero frente a un púgil legítimo, 20 años más joven que yo, para intercambiar metralla... aunque mi fusil cargaba balas de salva. Y los golpes que Félix lanzaba –aunque lejos de llevar su máxima capacidad destructiva– se sentían.

El duelo se llevó a cabo en el gimnasio municipal Félix Pagán Pintor en Guaynabo, donde suelo ejercitarme levemente en las mañanas, si mis labores profesionales me lo permiten.

Sin embargo, hay una gran diferencia entre entrenar en un gimnasio de boxeo –haciendo sombras, pegándoles al saco, a las peras y a las guanteletas del entrenador– y treparse al ring a intentar pegarle a un rival de carne y hueso, que tiene las herramientas y la voluntad para defenderse con sus propias manos.

El derechazo me aturdió por un instante, no tanto por su potencia sino por la poca familiaridad que tengo con recibir golpes. Esa es una de las particularidades que tiene el boxeo: ningún ejercicio, práctica o fogueo puede recrear la visceral experiencia física y mental que envuelve el intercambiar golpes con otro ser humano.

Distinto a los demás deportes reyes en la isla –béisbol, baloncesto y voleibol–, al...

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