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L legué a finales de mayo de este año a la Isla del Encanto para esta vez quedarme. Quise un cambio radical en mi vida, y así lo hice. Me desprendí de mis pertenencias en Atlanta donde residí por casi tres décadas. Solamente traje conmigo lo esencial, y empecé desde cero.Ajustarme me ha costado. Una parte de mi corazón se quedó con mis seres queridos que residen allí. Al comparar mi pueblo natal, Aguadilla, con Atlanta, a veces siento que estoy en un tercer mundo. Sin embargo, una ciudad tan progresista como Atlanta nunca me embriagó de la magia que reina en la Isla del Encanto.Aún con su burocracia absurda, sus limitaciones y los devastadores efectos de María sintiéndose todavía en nuestra economía, reconozco que como Puerto Rico no hay otro lugar en este mundo.Permitirle a mi lengua que converse todo el tiempo con el sonoro canto del puertorriqueño es un deleite. Observar cómo todos expresan con sus manos la música que emana de sus alegres cuerpos me contagia del mismo júbilo.Las típicas expresiones como "ay bendito’, "mija", "válgame Dios" y las palabras en Spanglish como "janguear" y "parisear", decoran con un ritmo divino el parloteo boricua. Al palpar la hospitalidad de mi gente conforme a la bondad de los indios taínos, una fuerza interior me inspira a dar lo mejor de mí.Después del huracán, los puertorriqueños unieron sus corazones para brindar apoyo y consuelo a los necesitados. Sumergidos en una oscuridad total que abarcó al país, la luz de sus...

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