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El tema del despido de los funcionarios públicos necesita discutirse con claridad y sensatez. Partamos de la premisa que como pueblo siempre defendemos al más desaventajado, indistintamente de la realidad fáctica que provoca su situación.

En términos generales nadie desea que se despida a nadie. Igualmente, sería injusto pedir que se despidan a funcionarios comprometidos. Sin embargo, la realidad es que en muy pocas ocasiones hemos ido a agencias de gobierno y hemos salidos satisfechos con la calidad del servicio. La queja al salir es la misma siempre: que los empleados son lentos, vagos, están comiendo, hablando o mirando el celular, todo sin sentido de urgencia ni de servicio. Predomina el complejo de inferioridad y la soberbia del puesto sobre el deseo de ser funcionario público. Que hay excepciones, pues seguro que sí, pero son eso, excepciones, y en el servicio público ha de ser a la inversa. ¿En cuántas encuestas de servicio público el gobierno alardea de la calidad del mismo? En ninguna.

La realidad es que la nómina pública ha sido y es la chequera con la que los políticos compran votos, forzando a secretarios y a jefes de agencia a conseguirles trabajo a un montón de incompetentes que solo buscan un puesto del cual jubilarse, no un trabajo. Pasen por la legislatura y vean a la...

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