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Mi generación se está acabando. Aquellos que cumplimos ya los 70 y quizás unos cuantos más, hemos pasado a hacer la generación de nuestros padres, y un vestigio de tiempos que no volverán y que marcaron nuestras vidas para siempre, para bien.

Cada día le doy más gracias a Dios por haber nacido en esos tiempos, en esa generación.

No teníamos tanto, ni tantos adelantos, pero a falta del iPhone y el mundo electrónico en que se vive hoy, teníamos amigos de barrio, la familia era unida, los abuelos jugaban un importante papel en nuestras vidas y existía el respeto a nuestros padres, a Dios y al prójimo.

Nos conformábamos con poco, jugábamos con cosas que hoy día se reirían de nosotros, pero qué mucho gozamos.

Las fiestas consistían en bailar y compartir. Hoy día fiestar consiste en pararse en las esquinas y la gente ni se habla entre sí.

Seguramente todos con el iPhone, el aparato ese que mantiene a las familias fuera de contacto verbal y cada cual en su espacio sideral.

No cambio mi generación por nada del mundo.

Tenemos amigos del ayer que son amigos del hoy.

Estamos llenos de recuerdos de padres que eran el centro de nuestras vidas, que nos enseñaron buenos modales, cómo comportarnos y, sobretodo, a respetar y querer a hermanos, abuelos, tíos, primos, etc.

La familia...

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