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¡Bendita seas por siempre María, huracán-maestra, por las lecciones que impartes y que seguirás impartiendo a tus alumnos, residentes en suelo Boricua!

A un mes del paso (¿pisotón?) de la terrible bestia ambiental, seguimos recibiendo el insumo de la escuela de la vida. Lecciones que, las más de las veces, nos toman por sorpresa. Porque no esperábamos que el golpe fuera tan contundente y violento. Creíamos que en un mes, como mucho, estaríamos gozando de todos los servicios y comodidades a las que (algunos de nosotros) estamos acostumbrados.

No ha sido así la cosa y hemos tenido que re-aprender a vivir en una isla cuya infraestructura ha sido devastada y cuyos recursos no han dado ni para hacer mella en el proceso de recuperación.

Pero del macro vuelvo al micro, a observar el entorno y particularmente las transacciones entre nosotros, los habitantes del terruño. Porque sigue siendo eso, ¿no? ¿Acaso como que la amamos más?

Y tengo que regresar al tema de las plantas eléctricas. Generadores de violencia. Estoy convencido de que prender la planta eléctrica de 5,500 watts continuamente, día y noche, es un acto de imposición violenta. Es violencia contra los vecinos, contra los animales, contra el ambiente y contra uno mismo. No hay ser viviente, que yo sepa, que pueda soportar el ruido ensordecedor, la estela de gases malsanos y la vibración estremecedora de un generador en funcionamiento continuo.

El descanso y el sueño se malogran, el cuerpo físico se debilita, el...

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