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Cuando observé el techo de nuestro altar destrozado sentí tristeza. Tristeza porque cuando uno ve las cosas en ruinas se conmueve. Pensé en ese pueblo de Israel cuando le destruyeron el templo. Llegaron y lloraron.

Pensé también que era solo un pedacito de la destrucción que están viviendo todas las comunidades en Puerto Rico. Pensé, además, que era el momento en que el Señor nos dice que tenemos que reverdecer, dejar un poco la cotidianidad de las cosas que desde un punto material nos esclavizan la vida y mirar siempre que uno tiene que reconstruirse constantemente.

Cuando un árbol es golpeado duro por un huracán, reverdece más fuerte. Hay que levantarse, reverdecer más fuerte. Cuando las cosas se tambalean, despertamos y nos damos cuenta de muchas cosas ignoradas. Como los árboles, tenemos que revestirnos de ánimo, de alegría, de un traje de fiesta para renacer.

A la gente que está abrumada por la difícil situación que se vive, le recordaría las palabras de San Pablo: “todo lo puedo y Cristo me soporta”. Pablo vivió diferentes escenarios: hambre, riqueza, cárcel, opresión, violencia. También tuvo los mejores puestos en la autoridad. Fue soldado judío, soldado romano. Tuvo duras pruebas, pero soportó todas las calamidades. Las adversidades no son para siempre, pero son necesarias las buenas actitudes para salir adelante.

Por lo mismo...

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