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Comenzaron a florecer como las hojas de los árboles después del huracán. Nadie las convocó, ni las impuso.

No hubo necesidad de un manifiesto, ni de una conferencia de prensa.

La Legislatura no legisló por descargue. No hizo falta la opinión del gobernador, ni la de la insolente Junta de Supervisión Fiscal. Los alcaldes federados y los asociados no se expresaron.

Al bocagrande de Donald Trump no le importó un comino. Los congresistas que se dieron la vuelta para ver el desastre no entendieron el porqué de su uso.

Solo el dueño de una emisora radial tronó, se enfureció, se enrojeció de rabia. No entendió, ni entenderá por qué la llevan sola los malagradecidos.

Nuestro estandarte no le pidiؚó permiso a Natalie Jaresko, ni a la jueza Laura Taylor, ni al secretario de Seguridad, Héctor Pesquera.

El azul celeste está choreto, silvestre.

Más de cien años de coloniaje no han podido ocultarla, aunque estuvo prohibida en una época de represión y odio. Su renacer fue de forma espontánea; como las premoniciones que nos despiertan en la noche.

La otra, la que nos impusieron con...

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