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H a llegado el periodo navideño. El nacimiento del niño Dios. El clima se pone agradable y todos nos ponemos muy contentos. Por los caminos observamos los automóviles que llevan en su tope un árbol. Porque Navidad ahora no puede celebrarse sin un árbol. La alegría general prevalece y hace que empecemos a llamarnos y regresen los ausentes. Es época de animar el espíritu.Lamentablemente, la situación no será igual para todas las personas. A algunos, les tocarán las fibras del alma los recuerdos, algunos tristes. Pero no faltarán las fiestas, los regalos y los abrazos. Cantamos, comemos y aun podemos intoxicarnos con el espíritu de la fiesta. Mas aquel árbol frondoso, ¿qué sucederá con él? Después de 15 días de engalanarlo, admirarlo y celebrarlo con preeminencia, terminará en un zafacón. Así terminan muchas cosas del hombre. Nuestra Navidad también pasará.Los niños también han sido incorporados a la rutina de un árbol, regalos entre todos y un Santa Claus. Los sentamos en su falda y él ríe a carcajadas, pero no es Jesús. Ese Jesús de las Escrituras tal vez pudiera no estar en nuestra celebración.Sin darnos cuenta, vamos dejando cada vez menos espacio para la visita. La visita que nos hace cada año el Niño Dios. Ser que vuelve a nacer y que debería renacer en nuestros corazones mientras celebramos el jolgorio navideño. Esa visita tal vez la tengamos en medio de la fiesta, pero no la percibimos. Silenciosamente, Cristo viene cada año a tocar a nuestras puertas y a buscar acompañarnos. Sabe Él que...

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