El año se cae, se cae

ANTONIO MARTORELL

ARTISTA GRÁFICO

El año se cae, se cae. Y con él caen las hojas del calendario y de los árboles, los ojos que las vieron caen, las horas que se asoman a la esfera del reloj vestidas de números, los minutos que se escondieron para no ser contabilizados y sepultados, los segundos que no alcanzaron ni para un suspiro nostálgico o un jadeo amoroso.

El año se cae con una inevitabilidad que espanta al año por venir, le augura un destino similar, lo desarticula antes de esbozarlo. La caída del año, no por previsible es menos aterradora. Y una caída siempre causa risa, aunque su resultado sea trágico.

El año, en su aparatosa caída, anunciada por las elecciones de noviembre, trastabilla, voltea sobre sí mismo atropellando momentos sublimes, noches perdidas, mañanas laboriosas, tardes soñolientas, ausencias irreparables. Pobre año a punto de perderse, de no reincorporarse jamás después de tan aparatosa caída, próximo a yacer casi exangüe con el último aleteo febril de un moribundo 31 de diciembre tras su precipitada agonía.

No es una visión grata, verlo dar vueltas sobre sí mismo como una machina loca de velocidad con el ansia escondida de la inmovilidad final. Pero ésa no llega todavía.

El año se cae, se cae. La caída parece interminable porque, según se encoge sobre sí mismo, el tiempo se dilata acomodando horas perdidas, encuentros fugaces, esperas desesperantes, miradas repetidas al reloj que se juntan en un amasijo que nunca llega a fundirse del todo, punzante de asperezas irreconciliables, recuerdos que se reviven unos a otros en...

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