En la campiña tailandesa

Especial para De Viaje

Consideré subirme a un autobús en dirección a las playas del sur, pero éstas podrían estar igualmente congestionadas. Buscar la paz en Pattaya es como buscar una persona sobria en una fiesta de fraternidad.

Por esto opté, en cambio, por virar al norte, hacia una ciudad antigua llamada Chiang Mai, porque había oído que allí habría cataratas y elefantes en la campiña circundante y tendría, por lo menos, la oportunidad de estar un poco más cerca del otro lado de Tailandia.

Desde Bangkok me subí a un tren nocturno y me estiré sobre las vagamente cómodas literas que colgaban de las paredes. Cuando me desperté a la mañana siguiente, y vi sólo campo desde las ventanas, supe que estaba cerca.

Chiang Mai es una ciudad manejable, de alrededor de 200,000 habitantes, un alivio comparado con los nueve millones de Bangkok. Hay parques verdosos, invitadoras galerías de arte y niños pequeños corriendo de un lado a otro en uniformes escolares. Fui allí con mi amiga y artista Michal Ruth Penwell, oriunda de Michigan, quien ha vivido en Bangkok por años, y nos reímos cuando la gente decía, más de una vez, que nosotras debíamos ser gemelas. No nos parecemos en nada, excepto que las dos somos extranjeras aquí.

Sin embargo, este difícilmente es un lugar donde el tiempo se ha detenido. Las motocicletas pasan zumbando, repletas con tres personas cada una, algunas texteando, algunas abrazando gatitos, algunas leyendo libros. El lugar está salpicado de establecimientos 7-Eleven, las aceras están atestadas de mochileros y de negocios dispuestos a atenderlos. Alquila una bicicleta en un puesto a un lado de la calle. Lava la ropa en una lavandería al otro lado, y no te preocupes si necesitas lavar lo que llevas puesto -hay un surtido de batas al frente.

Hay también abundancia de compañías para excursiones en Chiang Mai y, todas ellas, ofrecen lo que se asemeja a paquetes, por lo que escogimos una, Buddy Tours, que era económica, con un sitio en la web fácil de navegar que nosotras observamos cuando todavía estábamos en Bangkok. Nos decidimos por lo que estaba descrito como una caminata por la jungla de dos días y una noche.

La compañía de excursiones nos recogió en una van en la ciudad a la mañana siguiente y conocimos a los otros citadinos que serían nuestros compañeros: tres canadienses que celebraban su reciente graduación universitaria, y una pareja de retirados de Bélgica. Finalmente, nuestro chofer nos dejó en la curva de una carretera de...

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