Caras largas

Yara Liceaga

El -o la- que llevaba horas esperando y salió a fumarse un cigarrillo para bajar el tedio estresante que generalmente tienen las oficinas de servicios al ciudadano, comprarse una gaseosa o llevar al muchachito o a la nena al baño, pudo haber pasado la desagradable experiencia de tener que ponerse guapa o guapo con la empleada de turno que controlaba el conteo. En la sala había de todo: ancianos, ancianas, adultos, jóvenes, niños, niñas, embarazadas. Todos miraban el contador pasar del número dos al 12 en 15 segundos. Al 25; al 33.

Yo iba por cita y llegué quince minutos antes. Al igual que muchos, terminé de conseguir los papeles que se me solicitaba ese mismo día. Me llamaron a las menos cuarto. Mi cita era a las y media.

Con treinta minutos de observación, la dinámica había empeorado desde la última vez que había ido hacía dos años a...

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