La cárcel después de la cárcel

El día en que el gobierno le archivó los cargos que le costaron a José Armando Torres Rivera casi 30 años de cárcel por un crimen que no cometió, el fiscal Yamil Juarbe se viró hacia el hombre de 48 años y, en el silencio matizado de tenues llantos de alegría que reinaba en la corte, le ordenó: "Don José, ¡sea feliz!".Van poco más de cuatro meses de aquella fresca mañana de diciembre en que Torres Rivera se libró al fin de la descomunal carga que se le puso sobre sus espaldas cuando, en el lejano 1990, a sus escasos 17 años, se le acusó y condenó a 224 años de cárcel por un crimen que no cometió: el secuestro y la violación de una joven de la barriada San José, en San Juan.La felicidad que le invitó a buscar un representante del Estado que tan brutamente lo trató resultó ser mucho más elusiva de lo que imaginó aquella mañana de abrazos y lágrimas de alegría. "He tratado (de ser feliz), pero, luego de eso, me cayeron par de achaques encima, lo cual no me ha permitido ser yo, como anhelaba, y ahí estamos tratando de luchar día a día con las limitaciones que hoy me persiguen", dijo, en tono agotado, en el podcast Torres Gotay Entrevista, de este periodista.Torres Rivera fue puesto en libertad bajo palabra en enero del 2019. Pero, siendo todavía un convicto, vivía con enormes restricciones. Un grillete electrónico, la obligación de estar a cierta hora en su casa, a la que llegaba corriendo tras salir de su empleo en la construcción, y su nombre en el Registro de Ofensores Sexuales.Tras ser excarcelado, él y su abogada, Iris Yaritza Rosario, de la Sociedad para la Asistencia Legal, no dejaron de tratar de probar su inocencia. Pruebas de ADN a la ropa de la víctima comprobaron lo que Torres Rivera y otros, incluidos dos coautores confesos del crimen, siempre dijeron: él no participó de la villanía.El 14 de diciembre del 2020, a las 10:26 de la mañana, poco más de 30 años y dos meses después de verse enredado en esta horrible trama, el juez Jorge L. Toledo Reyna le archivó los cargos. Por primera vez en su vida de adulto, era un hombre libre de culpa y de sospecha. Concluyó la odisea, dice, sin rencores. "La vida me enseñó a estar tranquilo, porque yo no tuve culpa. Tengo que salir tranquilo, como yo era. No puedo llevar rencores, ni odio, porque no me hace bien", cuenta.Una larga pesadilla había terminado.Otra estaba por comenzar.De las primeras cosas que hizo tras recuperar su plena libertad, fue viajar a Pennsilvania, donde vive su mamá, que no...

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