Carlos Fuentes y compañía

CARMEN DOLORES HERNÁNDEZ

ESCRITORA

Cada generación es testigo obligado de la desaparición física de sus modelos en la literatura, el arte, el pensamiento. No a todas, sin embargo, les han tocado modelos tan extraordinarios como los que tuvimos nosotros. Borges, Cortázar, Carpentier, Donoso, Fuentes, muertos ya, y Mutis, García Márquez, Goytisolo, Vargas Llosa, aún vivos, configuran un horizonte referencial que nos ha nutrido tanto o más que la experiencia.

El México que muchos hemos conocido al visitarlo, por ejemplo, hubiera sido diferente si no hubiéramos leído a Reyes, a Paz, a Rulfo, a Poniatowska y, sobre todo, a Fuentes. Aun antes de pisar su suelo, sabíamos de su espíritu; antes de conversar con su gente, conocíamos sus actitudes.

La literatura es, entre las artes no representativas, la que nos interpela más directamente, la menos simbólica de todas.

Habla, literalmente, nuestro mismo lenguaje aunque tengamos que prestar atención para descifrar sus giros y para descodificar bien sus significados. Es, por eso, perdurable. Sigue hablándonos a través del tiempo con palabras que entendemos, aunque tengamos que ajustarlas a nuestro contexto. El diálogo constante y fructífero entre escritor y lector nunca cesa.

Carlos Fuentes, caballeroso, elegante y cortés como solo un mexicano sabe serlo, habrá desaparecido de esta tierra, pero su espíritu conversará aún, desde sus libros, en nuestras bibliotecas reales o virtuales. Una biblioteca -del tipo que sea- es siempre una presencia viva, una invitación al diálogo. Reorganizarla (como hice con la mía recientemente) es un reto y una tentación perversa. Maquiavelo al lado de San Agustín; Hans Kung al lado de Ratzinger; Borges y Sábato unidos en las letras como nunca lo estuvieron...

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