Carta abierta a un asesino

Por Benjamín Torres Gotay

btorres@elnuevodia.com

Quiera la providencia que en esta linda mañana se encuentre bien junto a sus seres queridos. De nuestra parte podemos decirle que no estamos tan bien como quisiéramos. Sus acciones durante los pasados días, o más bien durante los pasados años y décadas -perdone que seamos tan francos- nos han cubierto de dolor y de miedo, sensaciones que son como una materia viscosa que nos ahoga y no nos deja vivir en paz.

Lo llevamos a usted siempre en el pensamiento, pero no porque lo querramos mucho, como debería ser, sino porque donde quiera que nos paramos, o, peor aún, se para alguien a quien queremos, tenemos el temor de que usted se nos aparezca y, porque le miramos mal o tenemos una casa, un carro, un televisor o un fajo de dinero que usted desea, ¡bang!, nos meta en un tiro en el pecho o en el corazón y nos deje ahí, tiesos.

Ahora, tenemos que ser francos y reconocer también que su vida tampoco es, ni ha sido nunca, fácil. Sabemos que desde que nació no ha visto a su alrededor más que violencia, odio y materialismo. Sabemos que no puede dar amor porque el amor es como una cuenta bancaria en la que si no se deposita no hay de dónde sustraer y si a usted nunca le dieron, pues tampoco tiene para dar.

También sabemos que muchos de ustedes tienen condiciones mentales y emocionales que nunca fueron diagnosticadas ni atendidas, porque el sistema de seguridad social en el país que compartimos es como una inmensa tela llena de agujeros por los cuales los más vulnerables caen al vacío sin que volvamos a saber de ellos hasta que se nos aparecen después en una pesadilla de la vida real apuntándonos a la cabeza.

Ustedes fueron, lo sabemos aunque no quisiéramos reconocerlo, enviados a escuelas vetustas donde no les enseñaron nada que les pareciera relevante, que se criaron con las más grandes privaciones y que vivieron con la angustiosa sensación de que la sociedad no tiene nada que ofrecerles y que lo que obtengan tienen que hacerlo por la fuerza.

Entendemos que por décadas los hemos estado confinando a esos campos de concentración modernos que son los residenciales públicos y las barriadas, donde se les ha estado amamantando de la teta del estado para que no molesten. Sin embargo, un día vieron que, más allá de las paredes del caserío, hay una riqueza de la que quisieron participar, pero sin que les hubiésemos dado las herramientas para hacerlo de manera legítima.

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