La cebolla cósmica

Por Abhi Samadhi

especial El Nuevo Día

Había prisa y algarabía en la cocina comunal. Después de siete meses de ausencia, sufrir un accidente y varias cirugías dolorosas, el gurú que dirigía aquella misión había aterrizado en Bombay, India, y en pocas horas estaría en Puna.

Mientras Acha se afanaba en desvestir cebollas sin que le ardieran los ojos, yo ponderaba que, en los 90 días previos, me había ido despojando de capas y capas de conductas autodestructivas buscando llegar al centro de mí. Así descubrí que, además de la adicción a trabajar sin descanso, estaban, en orden descendente, el hábito de comer en exceso, establecer relaciones con ciclos de codependencia y aferrarme a emociones negativas. Capas que, con el paso de las décadas, habían conformado una gruesa coraza de personalidad-ego, más allá de la cual -intuía- existía mi ser verdadero y eterno. A medida que me deshacía de esos hábitos, sentía atisbos de una paz sobrecogedora.

Comenzaba a descubrir que deshojar esas capas de la personalidad era una práctica que no tenía fin. Y en esta etapa de prácticas espirituales, escogía levantarme antes del amanecer y, junto a otras ashramitas despeinadas y soñolientas, recibíamos al Sol con bhajans (cánticos devocionales) en un ritual conocido como satsang.

¨¡Bahe Guru, bahe Guru, bahe Guru!", repetíamos después de haber oído el siguiente verso cantado del Bhagavad Gita: "Aquellos que desean conexión eterna, excluyendo todo lo demás, mediten en mí con devoción exclusiva. A aquellas personas les aseguro la unión de su consciencia individual con la Consciencia Suprema de forma perpetua."

Se trataba de meditar, entrar en el silencio, practicarlo hasta permanecer ahí.

A medida que aprendía los cánticos, visualizaba que acurrucaba en mi regazo la guitarra que dejé en Puerto Rico porque, igual que la vida que había dejado atrás, se había quebrado y no resistiría el viaje.

Me aventuré de nuevo por la ciudad para encontrar una guitarra. Tras varias piruetas en autorikshaws y a pie, llegué a un edificio de poca altura y muchas tiendas pequeñas que, como tereques apiñados, vendían telas, comida, artículos de primera necesidad y -por qué no- instrumentos musicales. Probé varias guitarras; estudiaba sus maderas, verificaba su procedencia, aspiraba sus aromas de barniz y me deleitaba al descubrir sus melodías. La que llamó mi atención provenía de América. Parecía brillar mientras colgaba de lo alto de una pared. Cuando rasgué sus cuerdas sentí que no...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR