Choque de destinos

Por Juanma Fernández-París

Especial El Nuevo Día

Gran parte de lo que distingue este filme, y lo que lo salva de no ser descarrilado por los elementos de fórmula que utiliza su trama, es la humanidad cruda de sus personajes principales y la sorpresa de ver a Bradley Cooper y a Jennifer Lawrence explotando todas sus posibilidades cómicas y dramáticas.

Cuando comienza el filme, su "héroe" está encerrado en una institución mental. Ocho meses antes, Pat (Cooper) tuvo una reacción violenta al encontrar a su esposa siendo infiel con uno de sus compañeros. Su crisis nerviosa no solo lo dejo sin matrimonio y sin trabajo sino que también puso en contexto el comportamiento bipolar que siempre había existido en el protagonista. Por su parte, la heroína de la historia tiene un trasfondo igual de complicado. Al encontrarse viuda mucho antes de llegar a los 25 años, Tiffany (Lawrence) ha quedado sin ningún tipo de filtro social y con una adicción al sexo que la llevó a acostarse con todos los empleados, hombres y mujeres, de su oficina.

El choque de los destinos de estos dos personajes se encamina cuando la mamá de Pat logra sacarlo provisionalmente de la institución donde ha estado recluido con la condición de que muestre progreso mientras vive bajo la supervisión de sus padres. Ante esta nueva oportunidad, el protagonista esta euforicamente convencido de que va a poder salvar su matrimonio, protegido por una mezcla de actitud positiva y negación a ver lo que ha pasado con su vida.

Es esta obsesión con comunicarse con su esposa que lo lleva a entablar una amistad con Tiffany. Y es en este momento de la trama que el trato típico de una comedia romántica se da para desarrollar la relación entre estos dos personajes. Si Tiffany le entrega una carta de Pat a su esposa, éste la ayudara a participar en un concurso de baile en el que siempre participaba con su difunto esposo.

Aunque el clímax de la película sucede en la competencia de baile, gran parte del ingenio del guión de...

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