Ciegos, sordos y farfulleros

CARMEN DOLORES HERNÁNDEZ

ESCRITORA

Tras todo ello se encuentra, ostensiblemente, el deseo de cambiar una dependencia -la que tenemos con respecto al petróleo- por otra: la que tendremos sobre el gas, solución que en el futuro podría dejarnos en la misma posición en que estamos ahora. No hay sino que transitar por la carretera que va de Ponce a Peñuelas y ver el paisaje fantasmal, de torres abandonadas y corroídas, para tener un ejemplo trágico de adónde pueden llevar los proyectos que dependen de recursos importados, cuyas implicaciones a largo plazo no se examinaron a cabalidad.

Toleraríamos mejor, me parece, una inversión de iguales o mayores proporciones si se tratara de buscar creativamente fuentes de energía que aliviaran realmente el problema de dependencia sobre combustibles importados (también lo es el gas natural). Sin ignorar los costos astronómicos y las dificultades inherentes en desarrollar las tecnologías de energía eólica (del viento) o solar, lo cierto es que la voluntad científica y la política, además de la visión de futuro, son alicientes enormes para la investigación. Si la comunidad científica se hubiera dejado paralizar por las dificultades y el costo inherentes en desarrollar aquellas enormes computadoras de los años sesenta, nunca hubiéramos evolucionado hasta llegar a los pequeños teléfonos inteligentes que, desde nuestras manos, nos conectan con el mundo.

Si en el recinto de la UPR en Mayagüez se creó un prototipo de auto impulsado por la energía solar en 1989 (luego hubo otros) y, en la pasada década, se construyó el prototipo de una casa cuyos enseres domésticos funcionan con la misma energía, ¿por qué no dedicar los inmensos...

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