Una colonia es una colonia es una colonia

ANTONIO QUIÑONES CALDERÓN

ESCRITOR Y PERIODISTA

¿Para qué? Para averiguar si el Congreso -el máximo poder político decisorio sobre Puerto Rico (que lo era entonces y no ha dejado de serlo después)- estaba de acuerdo con lo que habían redactado los puertorriqueños que participaron en la convención constituyente. Eso, porque la Ley 600 federal que permitió que los puertorriqueños redactaran unas guías de conducción de su gobierno interno, de su gobierno local, esto es, dispuso que lo que se aprobara en Puerta de Tierra no tendría efecto alguno hasta ser aceptado por Capitol Hill.

¿Qué pasó? Que en Capitol Hill no gustó aquello de la sección 5 del Artículo II de la Carta de Derechos (sobre uso de propiedad y fondos públicos a instituciones educativas); la sección 20 del mismo artículo (derecho al trabajo y esto y lo otro), y la sección 3 del Artículo VII de enmiendas a la constitución (las que tienen que hacerse con arreglo a la voluntad del Congreso).

Así las cosas, los congresistas manosearon el documento y lo pusieron de vuelta a Puerto Rico para que los delegados constituyentes, ya de vacaciones, regresaran al Capitolio, se reunieran a todo dar, eliminaran lo que les ordenó el Congreso y volvieran a enviarlo a Capitol Hill, una vez acataron las órdenes congresionales,

A regañadientes, los constituyentes regresaron al Capitolio de Puerta de Tierra y haciendo de tripas corazón, acataron las órdenes recibidas, enmendaron la constitución y la enviaron otra vez a Washington. A ver.

Los congresistas la recibieron, se cercioraron de que se habían acatado sus órdenes y entonces aprobaron el trabajo de los constituyentes de Puerto Rico y le notificaron al gobernador Luis Muñoz Marín que podía darle para adelante a la carta magna y celebrar, fanfarria y todo, el visto bueno del Congreso.

Y ¿qué pasó con el representante del territorio no incorporado de Puerto Rico en el Congreso? Absolutamente nada. O, mejor dicho, todo. Tuvo...

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