El compadre y los majunches.

ABRAHAM LINKEWER

PRESIDENTE CÁMARA DE COMERCIO PR/ISRAEL

Ganó sin discusión alguna, una elección que le permitirá volcar a Venezuela hacia la más extrema izquierda, redistribuyendo lo que encuentre distribuible al grito de "exprópiese", al sonar de los aplausos de foca de sus compinches.

Podemos hablar de la democracia, y eso fue lo que sucedió: el pueblo ha decidido adoptar su programa de acción y recibir su recompensa: sea en neveras, teléfonos celulares, o cualquier otro juguete, que como los espejitos que Colón les regalara a los indios, compra voluntades.

Mirando el pasado, tampoco el otro extremo sale inocente de este juicio político con un jurado en las urnas de votación. La historia está clara: dos partidos manejaron la historia por décadas en Venezuela y su sensibilidad social no reconoció las necesidades de los más pobres: la gran mayoría de la nación.

Así como en Bolivia, donde el indigenismo se hizo notar, y los desposeídos gritaron y pidieron ser oídos, Venezuela fue una de esas naciones del llamado tercer mundo donde los abusos del poder económico encontraron masas silentes: pobres y sin educación que educaron a sus hijos y sus nietos. Los enviaron a estudiar y volvieron para decir presente en el espectro político de las naciones.

La naciente clase media ecualizó el teorema. Brincó desde abajo, miró hacia arriba, y le gustó lo que vio: una alternativa para ser contados, tomados en cuenta.

El grupo de partidos que formó la coalición en Venezuela, los que Chávez llamó "majunches", lo que en su argot significa buenos para nada, hizo una tremenda labor proselitista en las barriadas y logró traer su mensaje. Enrique Capriles Radonski, su candidato, caminó esas calles y entró a esas casas en La Guaira, con sus techos de cartón, y vio dentro la nevera de Chávez, el televisor de Chávez y la comida subvencionada de quien se dice compadre de todos. Puso a pensar a esa gente que extendía la mano y había encontrado quien les diera y les hablara en...

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