Confesiones de una corredora

Por Shirley Ann Serrano

Especial El Nuevo Día

¡Sorpresa! No fue así.

Se requiere de mucha disciplina, preparación física y mental para completar cualquier distancia. Mi primera carrera fue una experiencia inolvidable, sobre todo cuando me fui quedando atrás mientras miles de corredores me pasaban a las 'millas del chaflán' por el lado. En ese momento decidí que iba a dominar ese deporte que muchos disfrutaban.

Pedí ayuda y fui dominando este deporte hasta que me llegó la invitación para correr las 13.1 millas del medio maratón San Blas de Illescas de Coamo. Sin saber en que me metía, acepté la invitación y a las 9:00 a.m. de un domingo de febrero estaba de camino a ese pueblo. Durante el trayecto, los compañeros decían que lo único difícil era una cuesta llamada El Ajoguillo.

Una vez en Coamo, a las 3:00 de la tarde comenzamos a montarnos en las guaguas que nos llevarían a la salida. De camino, subimos por una pequeña carretera repleta de curvas y con muchas cuestas. Mientras miraba el paisaje, pregunté cuál era la ruta de la carrera. Alguien me dijo riendo que habíamos recorrido una parte en la guagua. "¿Cuál de esas cuestas que pasamos es El Ajoguillo?", volví a preguntar. Riéndose nuevamente me dijeron: "Ninguna". "Uff, ¿por qué habré venido?", pensé.

Tres segundos después de sonar el disparo de salida, los corredores elites desaparecieron de mi vista. Imposible correr como ellos.

Según corría, muchos aplaudían y otros gritaban improperios sin razón alguna. A la par de los gritos del público, más bajadas y cuestas aparecían.

Llegando a la plaza de Coamo, el carril de los corredores se redujo a una línea de tanta gente que se aglomeraba para vernos pasar. Parecía estar corriendo en las fiestas de San Sebastián.

Cerca del...

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