Contexto para un cardenal jíbaro

ÁNGEL DARÍO CARRERO

ESCRITOR

El Concilio se ha convertido así en un signo relevante de referencia, de modo particular para nosotros los latinoamericanos y caribeños. Antes del Concilio pintábamos realmente poco en el panorama eclesial y teológico. El postconcilio es el tiempo de la visibilidad de la Iglesia y de la teología de nuestro continente, ya no como prolongación mimética, sino como esfuerzo de construcción propia.

Es imposible entender la figura del cardenal Luis Aponte Martínez al margen de este contexto inédito, al que pertenece de suyo. Su fidelidad a la Iglesia y al magisterio fue sorprendida por el hecho de que esas mismas instancias, lejos de frenarlo o de animarlo a un culto nostálgico al pasado, lo desafiaban a buscar odres nuevos para el vino nuevo. Sostengo  que el contexto de una iglesia que exigía renovación e inculturación jugó a su favor llevándolo, como a tantos personajes bíblicos, más allá de sí mismo.

Después de  Juan Alejo Arizmendi (siglo XIX), y  de un largo período de obispos norteamericanos, es en 1960 cuando pudimos contar con un obispo puertorriqueño, en la figura de este lajeño. Aquí es donde es preciso recordar que justo el año anterior, el 25 de enero de 1959, un papa ya anciano -de transición lo llaman para suavizar-, en medio de un consistorio, dejó a los cardenales con la boca abierta.Â

Se cuenta que fue un día como los demás. No llevaba ni tres meses como sucesor de Pedro. Se levantó temprano, se acicaló, rezó. Después se tomó un café prieto oriundo de Borinquen y ojeó los periódicos. Con esa calma que ha de brindar la edad, revisó también los borradores de los discursos del día. Se fue a la Basílica San Pablo Extramuros. Al concluir una larga ceremonia se quedó un rato a solas con los cardenales y fue ahí que los dejó mudos.

Dijo que traía un discursito, así, en diminutivo. Lo del café si quieren no lo crean, pero esto es totalmente cierto. Y, entonces, temblando, pero con humilde resolución de propósito, anunció sin encomendarse a nadie: ¡un concilio ecuménico para la iglesia universal! Otro día, en lugar de moderar su postura, la radicalizó: "Quiero abrir las ventanas de la Iglesia". Algunos preferimos recordar la forma poética que utilizó para explicar la divina inspiración: "Fue como una flor humilde escondida en los prados: ni siquiera se la ve, pero su presencia se nota en el perfume".Â

Juan XXIII invitó a esta osadía perfumada a los protestantes y ortodoxos. Atrajo como consultores a...

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