Corn Flakes

MAYRA MONTERO

ESCRITORA

Era el inicio de una aventura familiar con resultados trágicos.

Lo primero que quiso saber "Corn Flakes" cuando fue arrestado la semana pasada, durante la transacción de drogas que intentaba llevarse a cabo en el estacionamiento de Plaza Guaynabo, era lo que había pasado con el conductor de otro carro involucrado en el tiroteo. Ese carro, un Toyota Tercel, apareció en los últimos momentos, cuando trataron de engañar al supuesto vendedor de la droga, que no era otro que un agente encubierto. Al menos, esa es la conclusión que he podido sacar de la declaración jurada: que intentaron jugarle sucio al que llevó la cocaína, sin imaginar que el centro comercial ya estaba acordonado por un ejército de policías y agentes de la DEA.

No consta en dicha declaración cuál fue la respuesta de los agentes federales que acababan de esposar a "Corn Flakes". Se dice, sin embargo, que él insistía en saber lo que había pasado con el conductor del otro carro, y, ante el mutismo de los agentes, reveló que se trataba de su hijo.

La historia es simple: se lo habían puesto en los brazos cuando él tenía 18 años, y ahora parecían hermanos. Dos vidas, la un padre y un hijo: "Corn Flakes" de 39, vigoroso y matón, y Elvin Omel Rivera Falcón, el niño que concibió a los 17, acaso más matón y temerario que su padre, pero cuya vida terminó la semana pasada, recién cumplidos los 21.

Para cuando cayó acribillado, sus dos décadas de existencia probablemente equivalían a seis. Su modelo en la vida siempre fue el hombre "hojuelas de maíz", con el que quizá jugó, aprendió a correr bicicleta, e incluso a expresarse de esa manera peculiar, tomar precauciones y hablar en clave.

Al día siguiente de ese operativo, mientras "Corn Flakes" entraba al tribunal y miraba desafiante a las cámaras de los fotógrafos, a su hijo le celebraban un velorio apresurado, lleno de resentimiento y promesas de desquite, y luego lo enterraban, con la misma prisa, y en el fondo con la misma rabia, en el cementerio Los Cipreses de Bayamón. Allí terminó un muchacho que no tuvo la oportunidad de escoger. Nadie sabe ni sabrá jamás en qué momento empezó a acompañar a su padre. A qué edad descubrió -o intuyó- que los negocios de aquel hombre joven y admirado ("Corn Flakes" tenía 28 años cuando su niño rondaba los diez), eran oscuros, pero satisfactorios.

Son dos generaciones dedicadas al gangsterismo puro y duro. Y no se sabe si el hijo que murió...

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