Corral

MAYRA MONTERO

ESCRITORA

Se supone que una fiesta pública se haga para el disfrute y la relajación de un conjunto de ciudadanos. Pero esto ha traído más dolores de cabeza que otra cosa. ¿De qué vale celebrar unas fiestas con tanto tirijala, tanta valla y tanta mortificación? Se ahorra gran parte de esa suma -más de millón y medio- que al fin y al cabo el año próximo tendrá que ahorrarse por la fuerza, y se le da una vuelta al evento. Eso es lo que debió hacerse este año.

Mucha gente opta por acudir al Viejo San Juan por el día y escapar temprano, a fin de no tener que encontrarse con la marabunta que inunda la ciudad de noche. En años recientes, el espectáculo ha querido remedar una especie de Mardi Gras a la criolla, con balcones despechugados y exhibicionismo etílico. Las Fiestas de la Calle San Sebastián no fueron concebidas para eso, pero su perfil se ha ido deteriorando. Los propios vecinos de la ciudad amurallada se preparan ante su cercanía como para un ciclón. Las molestias comienzan mucho antes, temprano en la semana. Y, en definitiva, a ninguno le puede gustar que pandillas de muchachos que no saben beber, deambulen en masa por las calles y se vayan orinando por los rincones.

Hay residentes que simplemente se ausentan del Viejo San Juan durante esas fechas. Y eso no es normal, ¿en qué consiste entonces la diversión?

La idea de colocar vallas y verjas era absurda. La de los detectores de metales no me lo parece tanto, pero en resumidas cuentas, el que está decidido a cargar con un arma, o esconder droga para venderla en medio del jolgorio, lo logrará sin mayores inconvenientes. ¿Alguien piensa que algún sicario o traficante prominente que tiene necesidad de andar armado, se va a cohibir de ir al Viejo San Juan porque haya un par de guardias privados registrando a la gente?

Las Fiestas de la San Sebastián, para que evolucionen, tienen que ser transformadas en su concepto. Lo que antes era grato, ahora no funciona por la masificación y el escándalo, y eso tendrán que reconocerlo los organizadores para que puedan seguirlas celebrando. La impresión que se dio, con las disputas entre el municipio y el comité organizador, y la intervención de la Unión Americana de Derechos Civiles, a menos de veinticuatro horas de la inauguración, era la de otro campo de batalla, cuando el país tenía ya varios focos en activo.

La alcaldesa se quejó de que algunos padres soltaban a sus hijos adolescentes a la entrada del Viejo San Juan, y que tales...

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