Y corro...

Mario Alegre Barrios

Ese fluir de la conciencia -como le llamó James Joyce- es a menudo una fuente generosa en el proceso de escritura, cuando se escribe sin escribir, cuando cualquier imagen puede ser detonante de una reflexión que a su vez se convierte en la semilla de otra, mientras la respiración acompasada y el sonido de los pasos sobre el asfalto sirven de contrapunto al oleaje del Atlántico cuando rompe un poco más allá del borde de la carretera.

Cuando esto -correr únicamente, o escribir y correr al mismo tiempo- se convierte en parte de la rutina, poco o nada compensa su ausencia, algo que solo lo sabe quien lo vive, quien lo hace parte de su vida, quien espera con ilusión el momento de ponerse los tenis y salir a la calle a la hora que sea, según su rutina, sin otra razón fundamental que el placer que se deriva de correr y no precisamente de terminar la ruta.

En mi caso, debo admitir que la salud es una razón poderosa para esas amanecidas deliciosas con las que -desde hace algunos años- comienzan varias de mis mañanas durante...

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