Corrupción e historia

Michel Temer, el presidente de Brasil, teme acabar en la cárcel acusado de corrupción. Pudiera ser. Es la hora de la justicia y los Odebrecht de ese mundo están cantando La Traviata para reducir sus penas. La fantasía popular se imagina a Temer, Lula da Silva y Dilma Rousseff en la misma celda aportada por la operación policiaca Lava Jato.

Veamos, a brochazos, los antecedentes familiares-culturales de los tres expresidentes.

Uno, Temer, profesor de Derecho Constitucional, hijo de un matrimonio libanés, católico maronita, inmigrado a Brasil para escapar del desbarajuste turco generado tras la Primera Guerra Mundial. La familia, como suele ocurrir con los católicos maronitas, descendientes de los míticos fenicios, tuvo un buen desempeño económico en la tierra de acogida.

Otro, Lula, un líder sindical del sector metalúrgico, cuyo padre fue un alcohólico perdido, brasileño-portugués por los cuatro costados, formalmente poco instruido, pero muy listo y perseverante. Ha sido el más pobre de todos los gobernantes brasileños de los últimos cien años y, sin duda, el más popular, pese a su notable incapacidad para fijar la atención y entender asuntos complejos.

Y la tercera, Dilma Rousseff, una economista proveniente de una familia enriquecida en los negocios inmobiliarios, hija de un abogado búlgaro comunista llegado a Brasil huyendo de la represión. Su madre era una maestra brasileña y Dilma, en su juventud, se incorporó a los grupos radicales violentos que adversaban a la dictadura militar.

Tres personas de muy distinto origen unidas en la corrupción. ¿Por qué? Porque Brasil y casi toda América Latina (y Portugal y España, que las desovaron en el Nuevo Mundo), son territorios culturalmente corruptos.

Más todavía: las tres cuartas partes del planeta –toda África, casi la totalidad de Asia, el sur y suroeste de Europa– están formadas por naciones cuyas sociedades han practicado diversas formas de corrupción desde que, lentamente, hace diez mil años, comenzaron a surgir los Estados tras la revolución agrícola.

Lo novedoso, lo extraño, es la no-corrupción, y esta fue la consecuencia no prevista de una audaz máxima que acabó instalándose en las constituciones y en los códigos de conducta, aunque casi nunca se respetara: “Todos los ciudadanos son iguales ante la ley”, lo que también quería decir que “todos los ciudadanos estaban obligados a colocarse bajo la autoridad de la ley”. Pero, si todas las personas tienen los mismos deberes y derechos, y si el...

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