El cuento del aeropuerto

ETHEL RÍOS ORLANDI

CATEDRÁTICA DE LA UPR

El contrato, pactado con empresas extranjeras, incluye el arrendamiento de las instalaciones aeroportuarias y la operación misma de ese reconocido aeropuerto internacional. Lejos de operar meramente como parte de la infraestructura para el turismo, el aeropuerto es vía esencial en el ir y venir de una migración circular que toca a casi todos los habitantes de la isla: la mitad de los nacionales vive en el exterior.

Para proteger las ganancias del arrendatario operador, el contrato impide mejorar o establecer aeropuertos que puedan quitarle tan siquiera un ápice a sus negocios. Como si fuera poco, el gobierno de la isla le facilita al arrendatario el financiamiento de la transacción.

Nadie sabe cómo llegaron los contratistas a este negocio paradisíaco, pero de boca en boca se desliza el rumor de que algún dinerito ha de haber circulado, ya que últimamente el costo de hacer negocios en la ínsula ha incluido las dádivas requeridas para mover los procesos decisorios en una u otra dirección. Habiéndose decretado por parte del gobierno una emergencia fiscal, indocumentada por cierto, la legislatura más corrupta que ha tenido la isla creó un estado de derecho que permitió la negociación del asunto a espaldas de la gente. No hubo vistas públicas en torno a lo que significará para generaciones de isleños la enajenación, en la práctica, de la principal vía de acceso a su pequeño país.

Mientras...

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