La cueva de un fraile ladrón

Por Samadhi Yaisha

No pude más que reírme y abrazarlo. Las palabras de mi amigo monje -quien años antes de su sotana había sido mi compañero- mostraban la bendición de su amistad honesta. Tenía un arte admirable para decirme las cosas con franqueza indolora, y por más dura que fuera su verdad, la intención de gentileza siempre transpiraba diáfana. Tan así, que pocas semanas después de decidir que no habría más compromiso entre nosotros, habíamos podido trascender hacia una amistad auténtica.

Era cierto lo que me decía. Aún con las experiencias profundas y las múltiples celebraciones que yo había vivido en India durante 90 días, algunos recuerdos revoloteaban entre mis cejas, así como la imposibilidad de regresar al lugar en San Juan que una vez abracé con todo mi ser.

"¿Por qué no vuelves a Puerto Rico?" había interrogado mi terapista por Skype.

"Ya no tengo trabajo allí, ni espacio espiritual al que regresar. Todo lo que vea me va a recordar lo que perdí", le respondí. Había cometido un error de juicio allí; pedí perdón muchísimas veces, le pedí a Dios en mi mente con todas mis fuerzas y ganas durante 90 días recibir perdón y no perder el hogar espiritual que tenía, pero nada de lo que intenté se tradujo en reinvindicación, sino en aislamiento.

Esa carga de un error laboral que no tenía vuelta atrás me pesaba en los tobillos casi 180 días después. Sí, todavía; aun tras haber vivido momentos de liberación y éxtasis.

Ahora hacía una pausa en mi viaje de sanación en este monasterio español que me daba un atisbo de hogar.

"En aquella montaña hay una cueva", comenzó a narrar mi amigo, señalando un monte cercano que el invierno aún no había pelado. Allí había vivido, siglos atrás, un fraile que colgó la sotana y se volvió bandolero. Un día, regresó arrepentido al monasterio y pidió, entre confesiones, una segunda oportunidad para volver a la orden. Sus muestras conmovieron al abad, quien lo abrazó y le dio la bienvenida. Luego, el fraile se mudó a aquella cueva, donde vivió entre penitencia, rezos y hasta milagros de curación, según la historia popular.

La cueva estaba a más de una hora a pie. Descansaba con los pies muy hinchados luego de semanas de meditaciones en India que incluían mucho ejercicio físico, al punto de sentir que cuando caminaba sonaban desencajadas las coyunturas de mis tobillos. Tampoco ayudaba que, tras reencontrarme con la comida occidental, comencé a ganar peso demasiado rápido y en menos de una semana ya no estaba en los...

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