Degustación de valores

ÁNGEL DARÍO CARRERO

ESCRITOR

Tenemos el remedio para resolver todas, todas nuestras desgracias acumuladas. Perdone el lector que duplique algunas palabras, pero resulta que el descubrimiento viene siempre aparejado sospechosamente de repetición. Además, milagro, milagro, en el país de las fragmentaciones gratuitas, todos estamos de acuerdo en su poder transformador: el entramado gubernamental y jurídico, las distintas iglesias, el universo educativo, las organizaciones sin fines de lucro de cualquier base, también el magno cuerpo de los inclasificables o de las clasificaciones infinitas. Todos, todos mueven al unísono su cabeza en señal afirmativa al escuchar su nombre.

El singular no le ajusta bien a su particular cintura, porque se trata de una legión de fuerzas, no de una enclenque unidad. Me refiero, por supuesto, a LOS VALORES, a LOS VALORES. Así, proclamado al unísono, más de una vez, en llamativas mayúsculas y sin trastocar su pluralidad intrínseca.

La pregunta que se cae de la mata enseguida se podría formular del siguiente modo: si tenemos consensualmente la solución racional tan a la mano, ¿por qué rayos no se traduce en una realidad digna de tal descubrimiento y sintonía? En plata: ¿por qué seguimos actuando como salvajes en lo político, en lo económico, en lo social? ¿No se supone, según narra la antigua leyenda, que el Unicornio sumerja su cuerno mágico en las aguas venenosas y las vuelva de inmediato cristalinas y puras?

Un primer atisbo de respuesta apunta precisamente a que seguimos como sociedad colonizada acurrucados por cuentos de hadas que prometen la llegada de unicornios alados, cuando lo que necesitamos urgentemente es una narrativa adulta que apele no sólo a la magia de unos conceptos valiosos, sino a la encarnación de los mismos en una praxis asumida por todos los ciudadanos.

Por supuesto que hay que seguir fundamentando, no manoseando, teóricamente los valores de la libertad, de la igualdad, de la justicia, de la solidaridad, de la belleza, pero más urgente aún es la voluntad de encarnarlos creativamente en la realidad histórica, pues sin este dinamismo nuestro mundo dejaría progresivamente de ser habitable.

Todavía nos preguntamos por qué tanta gente ha decidido no traer hijos al mundo. En gran medida, porque reconocen que el mundo que recibiría a su prole será llamativamente hostil: desde el desempleo hasta el desastre ambiental. Pero también, y esto se reconoce menos, porque creen que ese mundo humanamente...

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