Dejen que Puerto Rico celebre alcasdfasdfasdfasdfe

Tuve la buena suerte de jugar por dos temporadas en la pelota invernal de Puerto Rico con los Indios de Mayagüez. Puse buenos números. Gané un premio al Jugador Más Valioso, estuve en dos Juegos de Estrellas, fui parte de un equipo campeón, e incluso estuve en el equipo que le ganó al “Dream Team” de 1995. Hasta me gané el premio al hombre más veloz. Sin duda fue un punto clave para mi carrera. Llegué ahí como un prospecto cuya promesa se desvanecía. Y regresé a casa proveniente de Puerto Rico como alguien que podía jugar a diario en Grandes Ligas.

Pero los números no eran lo más importante.

Me han preocupado las críticas hechas al equipo puertorriqueño en el Clásico Mundial de Béisbol, acusándolos de celebraciones excesivas e incluso prematuras. Más preocupante aún es la idea que los jóvenes peloteros no deberían tomar a los jugadores boricuas como modelo. Por ende, permítanme por favor compartir unas ideas como alguien que, con agradecimiento, jugó por dos años en Puerto Rico como importado.

Sería muy simplista tratar de reducir las emociones a una serie de reglas, sobre todo si no has caminado en los zapatos del otro. Tuve una buena carrera en Grandes Ligas y apoyo el tener límites de respeto por tu oponente y por este deporte. Eso lo puedo comprender. Sin importar cuán expresiva pueda ser una cultura, hay líneas dentro de esa cultura que delimitan lo que es el respeto y el honor. El béisbol de Grandes Ligas se supone debe ser una fusión de culturas y el Clásico Mundial de Béisbol es un evento en el que cada cultura comparte de forma honesta su sabor con el mundo. Después de todo, están jugando para sus países.

Cuando el cerrador de Puerto Rico, Edwin Díaz, le hizo un lanzamiento cerca de la cabeza a la estrella del equipo de Países Bajos, Wladimir Balentien, este se molestó muchísimo. Lo más probable es que haya visto ese pitcheo como represalia por todo el daño que le había infringido a los boricuas ofensivamente. Pero fue el puertorriqueño Yadier Molina quien lo calmó, asegurándole que no había sido intencional. Molina mostró ahí que tenía reglas, honor y respeto. Pero cuando llegaba el momento de expresar alegría por las muchas jugadas grandes que ejecutó para Puerto Rico en el torneo, Molina saltaba como un joven emocionado. El receptor boricua llevó sus emociones a flor de piel en los buenos momentos y también en los malos.

Cuando juegas para un equipo que realmente se convierte en familia, uno que no está circunscrito a un...

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