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Derecho contra derecho

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ANGIE VÁZQUEZ

PSICÓLOGA SOCIAL COMUNITARIA Y PROFESORA UNIVERSITARIA

No soy defensora de la propiedad privada, pero acato vivir en un sistema que la instituye. En cambio, soy feroz defensora del derecho a la privacidad, no importa el sistema social en que se viva. Con franqueza digo que nunca me pareció muy "cristiano", que digamos, la invasión de cualquier tipo de grupo de solicitantes a la tranquilidad del aposento familiar. Ese es mi santuario personal, mi lugar de descanso, mi oasis, mi refugio sagrado. A mi hogar debe llegar quien invito, nadie más. Eso define mi espacio privado y mi derecho de privacidad.

Si algún residente desea servicios religiosos tiene opciones de iglesias para asistir por lo que no estamos hablando de que no tengan alternativas de reunión con otros feligreses. ¿Por qué, entonces, el estado les concede este acceso adicional, un supra-permiso, si tienen formas alternas de hacer su labor?

Interrumpir la rutina del descanso, o de tarea familiar, para atender intereses ajenos en el propio hogar siempre me pareció una forma de violencia institucionalizada, antes validadas por la costumbre y ahora por ley. Acosada, cercada, invadida, interrumpida, así me he sentido cuando, en medio del ajoro familiar comenzaban los no-invitados a llamar, reiteradamente, dando golpes en las rejas, moviendo candados o repitiendo ad náuseam los buenos días que, al no ser contestados, parecían darles permiso para quedarse hablando en grupo frente a la casa.

Mi abuela me enseñó que, si alguien no te contesta, significa que no te puede atender y uno se retira educadamente para respetar la voluntad y necesidad ajena. ¿Dónde han quedado esas lecciones de relaciones cívicas y educadas?

No solamente me parece invasivo, abrasivo e imprudente llegar sin ser invitado sino que, además, y para colmo de los colmos, la determinación del tribunal federal establece que si la urbanización de control de acceso no tiene guardias...

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