Entre el desespero y el miedo en Bucaré

A doña Rosalí Vélez le gusta reír, es conversadora y vivaracha, pero no puede contener sus lágrimas al recordar los meses que lleva sin energía eléctrica, cuidando a su esposo, recién operado.

Ambos viven en una de las 116 residencias de la urbanización Bucaré, en San Juan, que no tiene servicio de la Autoridad de Energía Eléctrica (AEE) hace 113 días, desde que el huracán Irma rozó la costa noreste de la isla.

La luz allí no ha vuelto desde el 5 de septiembre y los daños en la infraestructura se agravaron aún más con los vientos del huracán María.

“Le supliqué al médico que se lo llevara al hospital (después del huracán María) porque quería que al menos tuviera un poco de calidad de vida”, expresó Vélez, de 73 años, sobre su esposo, quien padece una lesión lumbar.

Contó que luego tuvo que redoblar sus horas de trabajo para poder enfrentar los costos de un generador eléctrico y el combustible que conlleva, a la vez que vela por el cuidado de su esposo.

“Imagínese cómo me siento… Tengo que trabajar día y noche para darle calidad de vida, porque hoy en día las pensiones no dan”, manifestó.

Al igual que Vélez, muchas otras familias con personas encamadas, con discapacidades, con condiciones de salud que requieren maquinaria y de edad avanzada residen en esta comunidad, ubicada a tan solo dos kilómetros del Centro de Control Energético en Monacillos, una de las principales instalaciones de la AEE.

Quizás el caso más dramático de esta comunidad es el de Julián Vázquez, de 80 años, quien padece de Alzheimer, y su esposa Wilma Vázquez. Ella no solamente ha enfrentado las complicaciones de la falta del servicio de electricidad para cuidarlo, sino que todos los días se levanta para ver una enorme torre de transmisión de la AEE a punto de caer sobre el techo de la casa que comparten.

Esa es una de varias torres de acero que la furia del huracán María logró doblar en esa línea de transmisión de 115,000 voltios, entre Monacillos y la subestación en Guaynabo. Pero Vázquez teme por su vida, porque la enorme estructura está a un pie de caer sobre el techo de su casa.

“Yo le pido a Dios todos los días que esos cables no se partan, porque están botando como un polvo negro… y a mí me da miedo que se vayan a cortar y vaya a caer. Esa es la ansiedad”, manifestó. “Yo vivo con miedo”.

Su vecino Tony Alvarado se había acostumbrado a vivir con la base de esa torre en su propiedad desde 1965 y nunca se imaginó que algo así podría ocurrir.

“El sonido de los metales...

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