Despampanante

Mari Mari Narváez

Se ve en las calles encendidas, no de luces ni de automóviles, sino de gente. Gente que camina, gente que observa, gente que se besa y se toca y luego toma algo y espera una guagua o pide "botella" o juega el dominó en la cuadra o mira a los otros pasar, hacer.

Ese olor que defino como una mezcla de tabaco y salitre, te golpea desde que pones pie fuera del aeropuerto y ya no te abandona hasta que te vas.

El malecón de La Habana es una de las grandes maravillas del mundo. Supone un ritual muy sencillo pero tan revolucionario: caminar a lo largo, dejarse mojar un poco por la espuma de las olas que rompen, observar el horizonte, inhalar el salitre, sentir el sol fuerte contra los ojos, contra la frente y los labios. No se es nunca la misma persona después de andar por un malecón así.

Acá tenemos uno breve en la entrada de San Juan. Una orilla hermosísima por donde sólo pasan carros y apenas ocurren cosas. Dicen que algunos hombres aprovechan la invisibilidad del lugar para intercambiarse caricias y servicios. Es un...

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