Después de las duras ráfagas

Pasé lo más intenso del huracán dormido, al lado de mi esposa encamada. Cuando desperté a las 8:00 a.m., solo alcancé a ver los últimos vientos y aguaceros desalmados. En mi casa, gracias a Dios, no ocurrieron grandes daños.

Sin embargo, lo peor estaba por venir. Primero fue la espera por el agua y la luz, sumamente necesaria porque mi esposa depende de sendas máquinas para recibir oxígeno y comida, por su gastro y traqueotomía.Luego llegó la desesperación por el funcionamiento continuo de las plantas para darle la asistencia debida, hasta que luego de haber agotado la vida útil de un par de ellas -no olvidemos que las plantas generadoras son para emergencias temporales- llegaron unos ángeles federales que intervinieron para internarla en el hospital.

Ahora, aquí estamos, muy bien...

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