Destierra los demonios del secuestro

La experiencia del secuestro timbró su vida con la fijación de la tinta de un tatuaje, pero esa marca imborrable no define a Clara Rojas.

Como ese tinte grabado en la piel, que con el paso de los años se descolora, la amarga experiencia del cautiverio se diluyó con el regreso al devenir diario.

Secuestrada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) el 23 de febrero de 2002, junto a la entonces candidata presidencial Ingrid Betancourt, la abogada pasó seis años en las tinieblas de las selvas opacada por la celebridad de su amiga y compañera de cautiverio.

Pero desde que la guerrilla la liberó aquel 10 de enero de 2008, esta mujer tímida y de talante afable reclamó su propia voz.

De personaje de reparto, se convirtió en una de las protagonistas de la historia política colombiana.

Contrario a otros prisioneros, permaneció en su país. Soltó el miedo y volvió a caminar sin recelo por las calles de su tierra.

En ese proceso de reconciliación, Rojas desterró el resentimiento y perdonó a sus raptores. También, abogó por una solución pacífica al conflicto con la guerrilla.

Motivada por la energía que inyectó a su vida su hijo Emmanuel, retomó su agenda inconclusa. Escribió tres libros, uno de ellos dedicado al chico de 13 años. Hay un cuarto en proceso.

Casi una década después de su liberación y en el medio del desarme de la FARC, la actual congresista del Partido Liberal visitó la isla para la presentación de la novela “Un espejo en la selva” del escritor Silverio Pérez, inspirada en su secuestro, y conversó con El Nuevo Día sobre su vida, la paz y la escritura como ejercicio sanador y de ajustar cuentas.

¿Quién es Clara Leticia Rojas González?

—Soy una persona normal como cualquier otra. Colombiana. Ya bordeo los 53 años. Actualmente, soy congresista. Trabajo en la Cámara de Representantes. Fui elegida por la circunscripción especial de Bogotá. Soy mamá también y me encanta escribir cuando tengo tiempo.

¿En qué piensa cuando escucha la palabra FARC?

—Por fortuna desaparecieron como Fuerzas Armadas Revolucionarias para el bien de Colombia y digamos que no guardo un resentimiento. Yo hice un ejercicio de perdón y, bueno, la historia nos está demostrando que esto había que resolverlo políticamente mediante un acuerdo. Me siento aliviada que hayan podido entregar todas las armas a Naciones Unidas y que ellos hubieran hecho este compromiso de incorporarse a la civilidad y sustituir las armas por las palabras y luego respetar las normas de la democracia. Me parece un sueño.

¿Ha regresado a San Vicente de Caguán donde la secuestraron?

—No he querido regresar. No había querido regresar hasta que terminara este proceso de paz y se pudieran dar las circunstancias para eventualmente volver. Realmente, no había tenido las ganas de volver.

En su autobiografía narra el momento en que se paró desnuda frente al espejo a buscarse las cicatrices luego de ser liberada. ¿Fue un proceso de reconciliación con su cuerpo y con su ser? ¿Cómo es el cautiverio para las mujeres, es mejor o peor?

—No sabría decir si es mejor o peor o si es menos o más fácil para unos que otros. Lo que pasa es que de...

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