La difícil ruta hacia el desarrollo del Caño

Por Deepak Lamba-Nieves

Director de Investigaciones del Centro para una Nueva Economía

En numerosas instancias, especialmente cuando la moral colectiva se percibe en decadencia, se repasan los testimonios del cambio que vivió el país y cómo los arquitectos del progreso isleño lograron reducir la pobreza extrema, atajar los arrabales y fomentar capacidades industriales.

Pero, para muchas comunidades pobres, el progreso que se profesa en el consabido mantra de autoayuda nacional se tardó en llegar o se perdió en el camino. Más de medio siglo después de que se les abrió paso al desarrollo, miles de familias cuentan otras historias de supervivencia socioeconómica mientras siguen descifrando soluciones a sus complicadas condiciones y sudan la gota gorda para que algún día se les incluya en los recuentos oficiales de prosperidad.

Entre los que buscan remediar las inequidades que provienen de la dejadez institucionalizada del estado, se encuentran sobre 27,000 vecinos de ocho comunidades aledañas al Caño Martín Peña. Herederos de una larga historia de invenciones criollas y respuestas ingeniosas ante la adversidad, las comunidades del Caño han luchado por décadas contra el olvido y, a pesar de que sus enemigos no juegan limpio, han cultivado algunas victorias clave.

Desde la época de los españoles, la zona ha estado bajo la mirilla de intereses comerciales y ha servido como refugio para familias desplazadas por los trastoques violentos de las múltiples restructuraciones económicas que ha vivido la Isla. Las migraciones urbanas que se dieron durante la época del monocultivo, la Gran Depresión y luego bajo el régimen de Manos a la Obra, contribuyeron al hacinamiento de tierras reclamadas al agua que no contaban con las facilidades básicas para que los viejos y nuevos habitantes pudiesen vivir adecuadamente.

El resultado fue la formación de asentamientos improvisados que, rápidamente, se tornaron en zonas marginales, desconectadas de las redes formales de la expansiva área metropolitana de San Juan. No obstante, de vez en cuando, el estado asomaba la cabeza y ofrecía prebendas para mantener los ánimos bajo control y acumular puntos políticos. Pero, con el paso del tiempo, la falta de atención gubernamental y las amenazas de reubicarlos a residenciales públicos -como sucedió con los vecinos de sectores como Tokio, Shanghái y El Fanguito- sirvieron como detonante para que los residentes alzaran la voz por su derecho a permanecer en un barrio seguro...

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