La difícil vida en democracia

CARLOS E. RAMOS GONZÁLEZ

CATEDRÁTICO DE DERECHO

La verdad es que cobramos conciencia de su vitalidad cuando nos vemos precisados a invocarlos. Deja de ser teoría política. Ello es particularmente cierto con los derechos de los acusados. Cuando hemos sido víctimas de un delincuente, sobre todo si es uno con cara humana y no una corporación de humanos escondidos en sus disfraces, con razón sólo pensamos en nuestro dolor, en pérdidas irreparables y en resentimiento hacia el agresor abusivo. Ahora bien, cuando se nos acusa injustamente, cuando sabemos que un caso es fabricado o cuando se equivoca el juicio humano, entonces siempre recordamos la grandeza de vivir en un estado de derecho democrático.

Convivir con esos sentimientos encontrados, es decir, la aprehensión de ser víctimas y a la vez tener disponibles los derechos para invocarlos cuando sea necesario, es tarea complicada. Por eso es que mantener un estado de derecho democrático es muy difícil. Lo fácil es la represión y los actos a ciegas.

Esa ruta hay que rechazarla. El derecho constitucional a la fianza cuenta siempre con la discreción del juez al imponer su cuantía conforme su conciencia, la naturaleza del delito y lo dispuesto por el legislador en las reglas de procedimiento criminal. En la discreción al fijar la cuantía ante todo delito imputado, es donde radica la sabiduría de la disposición constitucional. Es el recordatorio continuo contra la fabricación, la injusticia o la fragilidad humana. Donde se ha evidenciado el fracaso de este derecho es en los casos en que se privó de la libertad a personas injustamente acusadas, que no pudieron prestar fianza y que posteriormente fueron absueltos.

Ahí está el número de confinados sumariados, es decir de personas presas por carecer de recursos para prestar fianza. Más de 2,000 hombres y mujeres sumariadas, cuya inocencia se...

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