¿Quién dijo crisis?

ANA LYDIA VEGA

ESCRITORA

Hasta Muñoz Marín debe estar rabiando allá en Barranquitas. Capaz que los mexicanos le quitan el nombre al aeroducto (perdón, al aeropuerto) y le encasquetan el de Pancho Villa. Los retirados del ELA, dicho sea de paso, tampoco andan de fiesta. Ya empezaron a pagar los platos rotos del megabanquete de los políticos.

La mitad de la población anda prófuga por la mítica Orlandia, la otra ya reservó pasaje, y los que todavía no se han ido viven esquivando balaceras en las autopistas. Con el Gobierno, nadie en su sano juicio cuenta. Da vueltas sobre sí mismo como trompo loco, sin empuje y sin rumbo.

Mientras el País se nos derrumba encima, publicistas con más sueldo que imaginación nos infligen patéticas terapias de autoestima. Ni el seriote Benicio del Toro ni la sonriente Zuleyka Rivera han podido convencernos de que "somos más grandes" que esta agonía a plazos cuatrienales.

Por suerte, hacer de tripas corazones sigue siendo el talento mayor de los puertorriqueños. Al mal tiempo, buena trampa, reza la variante contemporánea del proverbio. Ahora que las Alianzas público-pilladas parecen ser el último grito de la quiebra, les tengo en reserva dos modestas propuestas de emergencia. Aquí va la primera.

Si hemos permitido la privatización de la única puerta de entrada a este pequeño exparaíso tropical, ¿por qué no hacer lo propio con algunos de nuestros monumentos nacionales? Olvídense, por un instante, de ese trasnochado patriotismo conmemorativo que nos impide romper con los afectos del pasado. Los grandes dilemas requieren grandes decisiones. ¿Qué tal si empezamos con El Morro?

Arrendarle el legendario fuerte a alguna productora extranjera especializada en películas históricas o a algún "spa" cachendoso con curas de agua salada y sauna solar para millonarios chichudos son opciones que reportarían pingües beneficios a nuestro saqueado erario. El Morro podría convertirse en grandioso hotel de cinco siglos para auspiciar "bodas destino" con un toque de exotismo gótico. Sus calabozos y pasadizos secretos, perfectos para sesiones sadomasoquistas, atraerían a una clientela internacional de aficionados a los juegos eróticos del "bondage".

De entusiasmarles el proyecto, sepan que esas lucrativas transacciones podrían extenderse a la totalidad de nuestro patrimonio. Por ejemplo, al Capitolio. Me asalta de repente la intuición de que esa alternativa en particular suscitaría un consenso unánime entre puertorriqueños de todas las...

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